Y terminar en Birmania (Myanmar)

22/11 - Con el visado ya impreso en el pasaporte, en la oficina de inmigración todo fue sonrisas, amabilidad y buenos gestos.
Tachileik es también una pequeña ciudad comercial que está frente a Mae Sai, separada por un puente que hace de frontera entre ambos países, muy controlado por ambas policías.
Existe una gran diferencia arquitectónica, pues casi todos los edificios están muy deteriorados. Las calles y carreteras en mal estado, y hay muy poco que ver. Y lo más lejos que se puede llegar tanto en bus como en taxi es hasta Kengtung , a 163kms de aquí. Desde allí, el único medio de transporte para los extranjeros es el avión y de esta manera el gobierno tiene un control total de quienes se mueven por este país.
Para poder llegar hasta mi siguiente destino, el Lago INLE, debía comprar en una agencia de viajes estatal un billete de avión con Air Mandalay hasta Heho, y luego tomar un taxi hasta Nyaugshwe, donde se encuentra el mismo. Y de esta manera sería el segundo control gubernamental. Ya me tenían fichado!!.
Me quedé en un hotelito familiar algo barato (250B) para lo que había por los alrededores, que encontré entre las callejuelas cerca del mercado, tras patear más de dos horas, ya que los demás estaban sobre los 400B, pues no tenía ninguna referencia por donde me estaba moviendo, y todos los paisanos a los que había preguntado me mandaban a los caros. Sólo pasé una noche, y fue una primera toma de contacto con la comida hindú, en la calle, muy característica en este país. También comenzaba a ver a los primeros hombres vestidos con sus longyis o faldas tradicionales de tela y las mujeres con las caras manchadas de thanaka (polvo de madera mezclada con agua para hidratar la piel).

23/11 - El trayecto al aeropuerto, que está a pocos kilómetros, fue realmente desesperante pues el conductor del tuck-tuck, que en un principio me dijo que me llevaba, sólo lo hizo hasta dos calles más allá, parándose en la oficina de correos. Típica trampa del "yo no entiendo que quieres ahora guiri!!". Pues nada... a discutir. El individuo quería que le pagase lo mismo que valía el trayecto hasta el aeropuerto… Tuve que coger otro, mientras me lanzaba todo tipo de improperios, y casi llego tarde. Cosas del viaje.
El exhaustivo control comenzaba desde la verja de entrada al recinto, donde un militar en la puerta de acceso tenía un listado fotocopiado de todos los pasajeros, otro control igual a la entrada del edificio y otro también al pasar el control de acceso al avión.
Desde el aeropuerto de Heho tomé un taxi compartido con Mark, un belga sesentón bastante chiflado que encontré en la salida del recinto luchando por el precio del trayecto a Nyaugshwe. Mientras cada uno quería ir a “su hotel”, el taxista nos propuso el suyo. Pues no. Ahí también tienen comisión, y yo tenía claro mi destino: el Teakwood Guest house, y allí fuimos, cerca del lago, del mercado y varios templos. Lástima que llegamos oscureciendo y no pude ver la primera caída del sol sentado junto al lago.
La siguiente mañana era para pasear por el Lago Inle, “la joya” del país, uno de los principales reclamos turístico (aproximadamente veintidós kilómetros de largo por once de ancho). Se veían llegar bastantes turistas, sobre todo "empacketados" en lujosas guaguas de agencia de viajes, por lo que desistí visitar el mercado flotante de primera hora de la mañana.
Allí coincidí con una alemana, un francés y una china, que buscaban alguien más para chartear una canoa lenta a motor para todo el día (2.500K c/u) previo pago del pase que da derecho a entrar en el lago (3.600K) durante todo el tiempo de estancia, en la oficina de turismo que se encuentra ahí mismo.
Con cómodos asientos, la mayoría, y un ruidoso motor, fue un lento y mágico trayecto a través de las glaseadas aguas, que con la bruma de temprana hora flotando sobre el lago difuminaba las siluetas de los pescadores remando a una pierna o recogiendo las canastillas cónicas de mimbre cargadas de peces, hasta el poblado Ban Kan, el punto más al sur del lago, donde se encuentra la Pagoda y Monasterio Taung Tho, un complejo con varias estupas blancas y doradas, de estilo arquitectónico Shan, sobre un montículo con extraordinarias vistas al que se accede por un largo pasillo de escaleras cubiertas con una larga marquesina a dos aguas, y su mercadillo donde una vez a la semana bajan los aldeanos de diferentes etnias a vender o intercambiar sus productos.
Pasamos por algunos de los diecisiete poblados que en el lago se distribuyen, levantados sobre las aguas por medio de pilotes de madera, entre pequeñas casas aisladas, algunas rodeadas de largas hileras de huertas flotantes, plantaciones varias (de arroz, tomates, papas, coliflores, judías, calabazas, frutas.…), entre jardines, cocoteros..., fabricas de tabaco, telares, varios colegios, un hospital, talleres…y todos flotantes!!.
Todas sus callejuelas son de agua, así que el trasporte se realiza en pequeñas embarcaciones que hasta los niños manejan con tremenda facilidad y habilidosa soltura desde muy pequeños.
En la parte occidental del lago se acumula grandes cantidades de jacintos de agua que hunden sus enmarañadas raíces en el barro, que luego crecen y se expanden sobre la superficie. Los Intha, la etnia mayoritaria, suelen arrastrarla poco a poco hasta un lugar próximo a sus poblados, la disponen en largas hileras flotantes separadas por canales y la fijan al fondo con estacas de bambú. Pronto la acumulación de sedimentos convierte esas hileras en auténticos vergeles capaces de producir varias cosechas al año.
Incluimos en el recorrido una visita al Monasterio Nga Phe Kyaung o Monasterio de los gatos que saltan, bajo las órdenes del monje-profesor, aunque me hubiera gustado más ver a esos monjes barrigudos saltando… Para pasar el rato en el monasterio, los monjes han enseñado a algunos de los muchos gatos que viven con ellos a dar medidos saltos para pasar a través de un aro, convirtiéndose de esta manera, con el paso del tiempo, en una atracción turística más en Myanmar. Así y todo, los monjes se quejaban de que los turistas sólo vienen a este lugar para ver el show, ignorando de esta manera la bellísima arquitectura, todo en madera, en que ha sido construido este templo, en 1.850, y que junto al pintoresco paisaje, quedan relegados a un segundo lugar.
El monasterio está casi a oscuras, y se puede observar una multitud de estatuas de Buda con sus propios santuarios, algunos iluminados como si de luces navideñas se tratara, mientras que otros eran difíciles de ver. El techo, de muy complicados tallados en su madera, tiene un aspecto muy antiguo.
Continuando el recorrido, comimos en un restaurante flotante, que hay junto al templo Phaung Daw Oo Paya, antes de visitarlo. Uno de los lugares más sagrado de este estado Shan, donde destacan cinco hermosas imágenes de Buda completamente "empapeladas" de finísimas hojas de oro, que los devotos pegan como ofrenda, dentro de sus altares que se encuentran en el interior del "fresquito" templo de madera. Todos los años se realiza un festival que saca alrededor del lago cuatro de ellas, asistiendo miles de devotos de todo el estado Shan.
De vuelta pasamos lentamente entre las hileras de casas, algunos de los tantos jardines flotantes, y cerca de pescadores que sobre sus canoas y remando con un solo pie pescaban las últimas piezas del día, mientras cantidad de aves nos sobrevolaban de regreso a sus nidos pues se acercaba el anochecer, concluyendo con un, más que merecido, baño en el centro del lago.
Los siguientes días los pasé descansando en este maravilloso pueblo, rodeado de verdes montañas y cruzado por pequeños canales que van a dar al lago. Un teatro de marionetas, cada tarde, realiza hasta dos representaciones, según cuantos turistas se apunten previamente. Se pueden hacer muchas rutas, tanto en bici como pateando hasta los poblados de los alrededores del lago o cruzando montes. Incluso hay una ruta de varios días muy utilizada por los mochileros que llega hasta Kalaw.
Por las tardes, esperando la caída del sol, varias cantinas con terrazas al borde del lago esperan a los clientes con música local, comida y cervezas. Hay varios restaurantes en el pueblo donde también hay comidas caseras y se puede beber licores o cervezas.

27/11 – A las 6 de la mañana caminaba a oscura hacia una de las esquinas del mercado Mingaia donde paran las rancheras o “pick up” que salen de este pueblo cargado de paisanos, tanto los que se llevan las compras mañaneras realizadas, como los currantes que van a otros lugares, algunos estudiantes, y monjes. Éste me dejó en el cruce, y tras más de una hora de espera, pues las pocas que pasaban no iban dirección Kalaw conseguí espacio en el techo de otra ranchera junto a cinco jóvenes, y gracias a las continuas risas que nos echábamos se me pasó las dos horas de trayecto hasta Aung Ban “volando” . Y desde allí tomaría otra que en media hora me dejó frente al Mercado Central de Kalaw a las 11 de la mañana.
En la cuesta final de la calle principal del mercado se encuentra un económico hostal, el Golden Kalaw Inn, del que tenía referencia por otros viajeros. Eddie, el hijo del propietario es un tipo muy amable y me informó de todos los pateos que se puede realizar por la zona, poniéndome en contacto con George, un guía local que habla varios dialectos. Éste por 24$, con 3 comidas diarias en diferentes poblados, se comprometió llevarme durante 3 días por las montañas de los alrededores, donde habitan varias minorías étnicas: "los Bamar, Danu, Intha, Kayah, Palaung, Pa O (Karen negro), Shan, Taunghtu, y Taung-yo, entre otras".
Mi llegada había coincidido con el mercado del 5º día, por lo que cantidad de aldeanos de todos los lugares venían a vender o comprar. Se encuentra de todo, desde ropa tailandesa o china, artículos de ferretería, menaje de todo tipo, comida, calzado... Compré unas zapatillas chinas de tela, que me había recomendado un viajero para caminar por el monte, y que hace pocos años estaba prohibido usar por los paisanos bajo pena de carcel, ya que sólo las podían llevar los militares birmanos. Con ellas "en las manos" ya se podía adivinar que eran "una caca". Ni que decir una vez puestas para caminar...
Cenando el restaurante nepalí Everest, que es muy bueno, conocí a unas hermanas vascas que iban a realizar un trecking de un día y comentamos que posiblemente coincidiríamos en algún lugar de las montañas. Como así fue.
A las 8 de la mañana comenzaba el pateo. Visité los poblados Ywathit y Taryaw, de etnia Palaung. Sus casas son grandes y alargadas, muy amplias, y sin enseres, donde habita casi toda la familia, construidas sobre pilares de maderas. Cerdos, perros y gallinas deambulan bajo ellas. Las mujeres visten de color azul y rojo. Casi todos se dedican a cultivar el arroz y tabaco (para hacer los cigarrillos liados (cheroots) típicos birmanos mezclándolos con otras plantas, raíces y hierbas), que se llevan a las casas donde las pesan y meten en sacos para vender en los mercados.
La noche la pasaríamos en una posada sobre un monte, con habitaciones acondicionadas para turistas. Se componía de una cocina-comedor, un baño con una manguera que hacía de ducha, y varias habitaciones con amplias camas llenas de mantas. Me encontré con un grupo de 5 que había llegado también al lugar, y juntos vimos la hermosa puesta de sol entre las montañas del inmenso valle bebiendo té. Cenamos dhal bhat, pues el dueño es un nepalí casado con una birmana y terminamos la noche con diferentes juegos de mesa bajo la luz de una lámpara de keroseno. Fuera, la temperatura bajaba muy rápidamente cuanto más pasaban las horas.
A primera hora la bruma cubría todo el valle y nuestro monte, y el frío era "algo" soportable. Tras el desayuno cada grupo tomó su ruta. A medio día íbamos dirección suroeste hacia las montañas pero nos cruzamos con un grupo de 2 alemanes que venían con su guía, y que con cara de enfado preguntó algo al mío. Noté que con mala cara le indicaba que se volviera para atrás, ya que donde yo le pedí dirigirnos es zona restringida por el gobierno. Me jodieron el plan, pues yo quería llegar hasta unas plantaciones de opio. Conocía esa información porque lo había contado un viajero en uno de esos foros de viajes a través de internét. El guía se disculpó e indicó que nos íbamos a otra zona. Seguimos visitando varios poblados, uno de ellos, Thithla, de etnia Pa O donde estuvimos con unos viejitos casi moribundos, pero aún tenían fuerza para hacer manualidades, con los que estuve un buen rato charlando, ayudado por el guía para que nos entendiéramos, y al final terminé comprándoles unos pequeños palos de bambú que hacían de campana, con un sonido muy agradable cuando chocaban al ir caminando, y una funda de tabaco de mimbre, que lo utilizaría más tarde para hacer un regalo. Las casas están bastante separadas unas de otras, son pequeñas, y es habitual ver gallinas saltando a su interior. También están elevadas sobre pilares, pues así evitan las avalanchas de tierra y agua cuando llueve fuertemente y que los animales entren en ellas. Las mujeres visten de un azul muy oscuro. Por la tarde-noche llegamos al poblado Ywapu, de etnia Danu, pero en la casa donde nos íbamos a quedar a dormir había una pareja de franceses. Continuamos un buen rato caminando hasta Sharpin, otro poblado, atravesando varios campos de arrozales y pinares, e hicimos noche en casa de otra familia que también accede a dejar un espacio en su vivienda y así ganar un dinerillo que le paga el guía. Tras cenar todos juntos, George me llevó a través de la oscuridad de la noche a un grupo de casitas donde varias familias estaban reunidas, en una de ellas, en torno a unas brasas. Pasamos varias horas procurando entendernos, entre risas, e intentos de boda!!. La noche la pasé con la primera familia, durmiendo todos en el salón de la casa, menos una pareja joven de nativos, que lo hicieron tras unas cortinas, pues tenían un recién nacido. Desayunamos juntos nuevamente, y entrada la mañana nos dirigimos hacia Panlone, un poblado Pa O, donde almorzamos y seguimos hacia varios poblados Danu, concluyendo la excursión a media tarde en Kalaw.
Por la tarde, buscaba un ticket de bus hasta Pyin U Lwin para el siguiente día, pero sólo pude conseguir hasta Mandalay, y desde allí debía buscar una conexión con otra guagua.
Nuevamente la merienda se compuso de chai (te con leche muy dulce) y gulab yamun. Por la noche cenaría nuevamente en el nepalí.

1/12 - Sobre las 8:30 de la noche pasaba la guagua hacia Mandalay, idónea para hacer las ocho o diez horas que dura el trayecto mientras duermo en ella.
Dos controles militares en carretera hicieron que apenas descansara, pues todos debíamos bajar, caminar lentamente unos metros delante de ellos, y volver a entrar.
Aún teniendo dos asientos para estar mejor recostado, tampoco los sillones ayudaron, por lo deteriorados que se encontraban. A las 4 de la mañana llegamos a una calle de esta enorme ciudad y todos los pasajeros bajaron. Pero... ¿dónde estábamos realmente?. Compartí taxi con una pareja de canadienses que venían en mi guagua, pues ellos se quedarían en un hotel que ya tenían reservado y yo continué hasta un lugar cerca de un mercado donde supuestamente se debía hallar una estación de guaguas, pero al ser tan temprano, estaba cerrada. Tras unas largas vueltas intentando encontrar un lugar donde dormir, pues estaba realmente cansado, y a esa hora había muy poca luz en las calles y todo estaba cerrado, surge una idea rápida… "aquí hay que esperar varias horas a que abra algún hostal, que evidentemente hay que buscar… y de regreso, del norte del país, debo pasar nuevamente por Mandalay, pues continuaré hacia Pyin U Lwin, mi próximo destino". En la misma esquina donde me bajé varias rancheras que pasaban se detenían en busca de pasajeros hacia sus destinos. Me senté en la parte trasera de una que se dirigía hasta allá mientras iban cargando el vehículo hasta los topes. Ya, en ruta, comenzaba a ver a través del montón bártulos y de gente que abarrotábamos el vehículo, el amanecer. Fue precioso, pues una espesa bruma envolvía la carretera y los poblados que íbamos atravesando, y el aire era bastante húmedo y frío. Tras dos horas y media paramos en Zeigio, el Mercado Central de Pyin U Lwin.
Al entrar en ella daba la impresión de ser una ciudad sorprendentemente interesante, pues pasear por sus calles es admirar la cantidad de casas y mansiones coloniales pintadas en atrayentes colores.
Ahí habitan más de 10.000 hindúes y 5.000 nepalíes (muchos de ellos gurkhas) traídos por los colonos británicos para trabajar, en lo que fue en su momento una estación de montaña (1.070mt) y cuartel general de la infantería bengalí.
Observar pasar, o mejor, subirse a las tradicionales carretas tiradas por viejos ponis, (que de algún un modo rememora como se trasladaban los pasajeros en el oeste americano de las películas yanquis); degustar los riquísimos dulces hindúes en las tiendas: Burfi, Gulab Jamun, Kulfi, Rasgulla, Rasmalai... que junto a un chai, o dos, saben de escándalo; o entrar en uno de los dos mercados, que a primeras horas de la mañana cientos de paisanos abarrotan los estrechos pasillos donde los comerciantes, en puestos muy apiñados, venden sus productos. Éste suele ser muy colorido pues muchos aldeanos vienen a vender o a comprar con sus vestimentas tradicionales. Entre todos los puestos destaca el de Aung Kyaw, popularmente conocido como Mr Bean, aunque estos días sólo estaba su señora, y que la guía de viajes Lonely Planet de Myanmar de hace algunos años lo hizo famoso entre sus lectores por preparar riquísimos platos de ensalada de hojas de té con judías o guisantes. Todos los puesteros fueron muy simpáticos y amables, parándome a cada momento para charlar pues son pocos los turistas independientes que vienen por estos lugares.
Caminar por los alrededores fue disfrutar de los encantos de la naturaleza, como los jardines de frutas, de rosas, lilas, orquídeas…; 20 hectáreas de bosque natural con senderos, puentes suspendidos o pasarelas de madera donde destaca una descomunal arboleda en el gigante Jardín Botánico (4.000K) que tiene un lago con una estupa sobre un pequeño islote, al que llegué en un carruaje multicolor bajo un sol extraordinario. Toda la mañana la pasé recorriendo ese maravilloso entorno, y que tanto me sorprendió, en un país como éste, de gentes muy poco concienciada con el cuidado de la naturaleza.

3/12 - A las 7 de la mañana una carreta me trasladaba lentamente hacia la estación de tren, pero como siempre, vino con retraso, y esa vez de 3 horas!. Este tren era conocido en el pasado por ser el que transportaba mercancías del mercado-negro hacia y desde China.
Mi siguiente destino sería Hsipaw y el recorrido iba a ser de los más pintorescos de todos.
Aproveché para desayunar en el mercadillo que está al lado de la estación y para hacer tiempo me fui a visitar un pequeño poblado de chabolas de madera que está situado cerca de las vías. Cantidad de chiquillos se me acercaban entre gritos y risas, y a través de las puertas de las pequeñas casas algunos mayores me saludaban e indicaban que entrara. En poco tiempo fui el acontecimiento principal del día. Y de repente me encontraba rodeado y conversando con muchos a la vez. Me invitaban a pasar a sus casas, a comer o a beber té. Decían que ningún turista había tenido nunca la idea de visitarlos y charlar tranquilamente con ellos. Yo sí que tenía en ese momento tiempo más que de sobra!. Que buena gente.
A las 12 el tren salió dirección Lashio, pasando por pequeños poblados junto a las vías, colinas muy bonitas, y muchos tramos rozando la verdísima vegetación. Paramos durante un corto tiempo en alguna que otra pequeña estación donde cantidad de vendedoras ambulantes con sus caras manchadas de thanaka se acercaban con sus cestas en la cabeza a vender sus productos a través de las ventanillas.
En una de ellas, incluso hubo tiempo de descender y desde una especie de mirador poder observar durante unos minutos el espectacular Viaducto Gokteik (construido en 1.900 por los británicos), con una altura de 300m y un trazado de 700m, que tendríamos que pasar mas adelante, a una lentísima velocidad debido al frágil estado en que se encuentra, ya que el gobierno no le hace apenas mantenimiento desde su construcción. En aquella época fue el segundo más grande del mundo. Las vistas sobre el valle, en lento movimiento, son dramáticamente espectaculares.
Llegamos a Hsipaw anocheciendo, lo que yo no quería que sucediera pues no me gusta llegar a ningún lugar sin poder ver con claridad donde me encuentro, y caminando me dirigí al hostal de Mr. Charles (hostal Myat Yatana). Apenas había gente por las calles, ya que todo estaba cerrado.
Mr. Charles es un señor muy amable, y todas las mañanas pasea tres o cuatro horas por los alrededores, y si tiene gente hospedándose con él, se los lleva. Como así ocurrió conmigo y Annie, una chica inglesa. Nos llevó a una pequeña fábrica de velas, en el pueblo, para mostrarnos cómo las hacen, seguimos recorriendo por las afueras llegando hasta varias aldeas con inmensos arrozales, entre ellas Nada y Shan. En ésta última, al día siguiente, se iba a celebrar una boda. Al verme interesado habló con ellos y consiguió que me invitaran a la ceremonia. Que suerte había tenido, pues no es fácil coincidir con estas celebraciones con tanta facilidad.
A la mañana día siguiente, y a la hora que me habían dicho, aparecí por ahí. La casa estaba adornada con guirnaldas de flores y papel de muchos colores. Una carpa central con varias mesas alargadas y rodeada de comensales que se sentaban para comer los diferentes platos que desde un fogón con varios calderos se estaban cocinado. Detrás un grupo de hombres cocinaban en un agujero hecho en el suelo. Pero al aparecer los prometidos me llevé una enorme decepción al observar que la novia bajaba de una habitación al patio central en traje de boda occidental de color rosa y él con la falda tradicional longyi pero con una chaqueta de cuero negro!!. Creí que lo harían en sus trajes tradicionales, ya que me encontraba en un apartado lugar. La gente se emocionó mucho, pero yo… Todos querían que me sentara a comer a su lado, y los novios me invitaron a fotografiarnos juntos. Al marchar observé en la entrada que dos muchachas estaban sentadas frente a una mesa con una cajita y paquetitos de regalos. Comprendí enseguida que la costumbre de aquí es que todos los invitados cuando entran al recinto de la casa pasan por la mesa, dan un donativo para los que se casan y reciben un obsequio en agradecimiento. Me disculpé por el despiste y les ofrecí una cantidad de dinero que entre risas aceptaron.
A los lados de los diversos caminos que atraviesan muchos poblados se encuentran diferentes estructuras de bambú, algunas con una pequeña casita en la parte superior, otras son sólo una especie de puerta de entrada o salida, o simplemente una casa sin paredes. Pertenecen a aldeas animistas, y por ahí pasan o viven los espíritus . Nadie debe traspasar esas puertas reservadas a ellos pues traería muy mala suerte para los pobladores y tendrían que hacer sacrificios de animales para calmar la ira que podría convertirse, según ellos, en algunas muertes por enfermedad.
Se pueden realizar también muchas rutas en bici por los alrededores.

6/12 – De vuelta a Mandalay en una destartalada guagua, llena de cajas y bártulos miles, y la otra parte “ajustada” para el pasaje, nos pegamos seis interminables e incómodas horas.
Desde la estación un ciclo-taxi, que son muy económicos, me llevó hasta el hostal Sabai Phyu, muy cerca del Fuerte Mandalay. Es barato (6.000R) e incluye el desayuno en una gran habitación que han acondicionado en la azotea, con unas excepcionales vistas.
Todas las noche el pequeño teatro Mandalay Marionettes & Culture Show, realiza un magnífico pase de marionetas, de una hora (5.000R), en el que se puede disfrutar de coloridas danzas de marionetas, música tradicional con arpa birmana, xilófono, cuentos budistas e hindúes, y una exposición de diferentes tipos de marionetas hechas a mano con trajes antiguos finamente elaborados. A la salida se me acercó un ciclo-rickshaw que se ofreció ser guía por un día entero y llevarme al día siguiente con su moto particular por Sagaing-Inwa y Amarapura. Convenimos el precio, 7.000R , pues hablaba buen inglés y me pareció un apropiado guía para la introducción por todo ese entorno. Continué caminando hacia mi hotel, a través de la avenida 66 que recorre todo el muro y foso este (2km) del Fuerte Mandalay, pensando en la ruta que podríamos hacer, disfrutando de la apacible noche y tenues luces, mientras muy pocas personas deambulaban por el lugar a esas horas. Ésta es una ciudad muy tranquila, y de absoluta confianza.
A primera hora de la mañana ya estaba en la puerta de mi hotel esperándome con su destartalada moto. La primera parada la hizo en un almacén donde se fabrica las hojas de pan de oro, preciada ofrenda que son pegadas a las figuras sagradas. Es un duro trabajo manual, realizado por varones, donde las máquinas no se precisan, sólo enormes mazos para aplanar decenas de láminas de oro de 3 x 1cm sobre un taburete de madera o piedra, durante varias horas, en diferentes posiciones. Cuando alcanza la extra-finísima medida de 0,00127cm son cortadas en cuadritos y empaquetadas en cajitas por varias mujeres sentadas alrededor de una mesa. Los devotos las compran y llevan siempre encima cuando hacen alguna peregrinación a lugares sagrados ganando así méritos religiosos al pegarlas sobre figuras religiosas. Es un signo de devoción. Miles de imágenes, pagodas, estupas, o piedras por toda Myanmar están recubiertas, de esa manera, de oro.
La siguiente parada fue a mitad de camino en un puesto de control donde se debe comprar el pase para visitar las ciudades antiguas (3$), que aunque no lo van a pedir, es una manera muy apropiada que tienen de recaudar fondos del turismo para seguir manteniéndolas. Atravesamos el largo puente de hierro, que cruza el río Ayeyarwady, construido por los británicos en 1934, y entramos en la ciudad de Sagaing, antigua capital del estado Shan. Desde su colina, un refugio para los devotos budistas donde hay numerosas pagodas, varios hermosos templos, monasterios y conventos, donde miles de monjes de morado, y monjas de rosa pálido, habitan en ellos, las vistas son realmente extraordinarias sobre todo el entorno, pues se observa cientos de blancas bóvedas de las estupas esparcidas entre un verde bosque.
Muchos birmanos la consideran el centro de la fe budista del país. La paz y la enorme tranquilidad de este pueblo lo hace perfecto para pasar varios días, ya que algunos hostales sin licencia abren sus puertas al viajero por menos de 2$, cerca del mercado central donde se encuentran tiendas, varios restaurantes y teterías.
Entre sus pagodas destacan Sun U Ponya Shin (lugar perfecto para las tomas fotográficas), construida en 1.312, Htupayon, de tres plantas circulares de nichos arqueados y de un estilo poco usual, Ngadatgyi, con un enorme Buda sentado. También el Templo de la cueva Tilawkaguru, con hermosas pinturas murales, las Cuevas Umin Thounzeh, que contiene 45 imágenes de Buda,
A 10km, atravesando muchos poblados se encuentra la Pagoda Kaunghmudaw, construida por el rey Thalun en 1.636, donde dicen se encuentra un diente de Buda similar al del Templo del diente de Buda de la ciudad singalesa de Kandy. Tiene una cúpula de 46m de alto y 274m de circunferencia levantada sobre tres terrazas, adornadas con 120 Nats (espíritus protectores), y Devas (seres celestiales), de un blanco tan reluciente que hasta el ordenador de las cámaras fotográficas pierden el tino.
La antigua ciudad de Inwa, se encuentra anclada sobre una isla formada por los sedimentos transportados durante miles de años por la confluencia de los ríos Ava y Ayeyarwady. Fue desde 1.364 y durante un largo tiempo capital del reino del norte de Birmania , tras la caída de Bagan.
Siguiendo un polvoriento camino se llega a la orilla, donde una barcaza cruza a la gente, las mercancías y las motos a la otra, y allí esperan aldeanos con ponies o carretas como medio de transporte por los alrededores. Comenzamos el recorrido en la torre inclinada de vigilancia Nanmyi, de 27m de altura, que es lo único que queda de un antiguo palacio, y terminada de arruinar por el terremoto de 1838. El monasterio Bagaya Kyaung, construido, alrededor de 1834, completamente en teka, es sustentado por 267 pilares, de hasta 18m de altura o 270cm de circunferencia. Su oscuro y frío interior invita a acceder y flipar con esta obra maestra de complicados grabados en la entrada, puertas y tejados.
Por los campos de los alrededores, los aldeanos se dedican a la labranza en diferentes plantaciones, como de arroz o diferentes vegetales.
De vuelta al río cruzamos igualmente y tomamos dirección hacia Amarapura (o Ciudad de la Inmortalidad), la más moderna (1.783), junto al inmenso Lago Taungthaman, dependiendo de las lluvias caídas, donde se asientan varios poblados, y con un singular puente de teka de más de 150 años de antigüedad, que todavía está en uso, el U Bein, de 1,2km de largo y casi 1.000 pilares. Aunque algunos pilares han sido reparados, otros fueron sustituidos por cemento, y es considerado el mas largo del mundo, de esas características. Cientos de personas lo cruzan a diario, y por su estética es el principal reclamo turístico. Por los alrededores muchos antiguos templos y pagodas han sobrevivido, como Paya Pathodawgyi, destruido y restaurado en numerosas ocasiones, con dos pisos hechos en ladrillos pequeños, donde se encuentran depositados 500 imágenes de Buda y una colección de 5.000 manuscritos de hoja de palma. Un poco más allá las ruinas del Palacio de Amarapura, con cuatro estupas en sus esquinas, el Monasterio Mahagandayon, de 150 años, y el famoso centro de aprendizaje budista que es el hogar de un millar de monjes, que forman una procesión para tomar su comida de mediodía y final del día. Destaca el antiguo arte de tejer la seda y el algodón, utilizando telares manuales, que sigue muy vivo en esta zona.
Nuevamente en Mandalay, otra de las noches asistí a una actuación del famoso grupo teatral de 3 los hermanos Nyeint Pwe (ó “the Moustache Brothers”) que, junto a una de sus esposas, que cantan, bailan, hacen música con instrumentos tradicionales, comentan la historia del teatro birmano y de paso critican al gobierno muy sarcásticamente. Lo realizan en el salón de su propia casa, por una pequeña donación (3.000R), mayoritariamente para turistas, ya que sus representaciones están prohibida por el corrupto gobierno birmano. Par Par Lay, el hermano mayor, fue encarcelado varias veces bajo la acusación de "conflictivas representaciones teatrales".
Algunos restaurantes de la ciudad, casi todas las noches, realizan bailes tradicionales para sus clientes, y aunque sólo haya una persona se actúa igualmente, como me sucedió.
Un lugar que no pude visitar, debido a que el día que planeé subir la lluvia me lo impidió, fue la colina de Mandalay (230m), engalanada de multitud pequeños templos, estupas y budas, y con unas maravillosas vistas sobre el Fuerte, la ciudad y la planicie que la circunda.
Otro lugar que atrae a mucha gente es el Fuerte Mandalay, que es un complejo palaciego, con un perímetro perfectamente cuadrado, rodeado por un foso de 7m de ancho y protegido por gruesos muros de 8m de altura y de 3m a 1,5m de grosor por 2 kms de largo. El interior alberga un cuartel inaccesible a los visitantes, y varios edificios, retocados recientemente, de lo que antiguamente fue un palacio, construido por el rey Mindom Min en 1857.
Una enorme torreta de vigilancia de más de 50m de altura, que se ve desde cualquier punto de la ciudad me llamó la atención desde el primer día que llegué. Desde allí los bomberos de la ciudad lo controlan todo. Me recibieron muy amablemente y me enseñaron su pequeño cuartel y los escasos tres destartalados vehículos del que disponen.
Al día siguiente me dirigí en rickshaw al malecón donde las embarcaciones navegan hasta Mingun, donde se encuentra la famosa Pagoda Mingun (Mantara Gyyi), comenzada a construir entre 1.790-97, y que no se pudo concluir. Mientras esperaba la salida paseé por los alrededores donde se encontraban varios poblados muy precarios con gente extremadamente pobre, pero muy amables y simpáticos. Otros viven en el interior de viejas barcazas de madera y se dedican a la pesca. Tras una hora de trayecto, se comienza a ver una enorme roca, de 50mts de altura y 72 x 140m de base, construida enteramente de ladrillos, que iba a ser la base de la pagoda más alta del mundo (150m), pero inconcluso tras la muerte de quien la mandó construir, el rey Bodawpaya. El terremoto de 1838, acabó por destruirla, colapsando lo que iba a ser la estupa superior sobre el hueco de los compartimentos del templo interior. A pocos metros, en medio del poblado se encuentra la campana sin rotura más grande del mundo, de 90.000kg, 4m de altura y 5m de diámetro, cantidad de estupas, como Hsinbyume Paya (1816) creada arquitectónicamente con motivo de la cosmología budista, en la que la Pagoda Salami se asienta sobre el Monte Meru, en el centro del universo: el rey de los dioses (conocido como Indra Sakka ó Thagyamini) vive ahí sobre el monte, rodeado de siete cadenas de montañas. Ésta pagoda, completamente blanca, está basada en siete terrazas concéntricas con barandillas onduladas alrededor de la estupa central o Cella, donde reposa un pequeño Buda, y a la que se accede mediante una estrecha escalinata, protegida por cinco monstruos mitológicos diferentes situados en nichos sobre cada terraza. Junto al río se encuentran la Pagoda Settawya, también de blanquísimo enlucido, que dicen tiene una huella que pertenece al pié de Buda en mármol, y la Pagoda Pondaw, modelo a escala de 5m. de altura de la Pagoda Mingun, entre muchísimas más que están destruidas por los alrededores.
Al atardecer, una vuelta por la estación de tren para comprar el billete hacia Bagan, ya que se venden siempre el día anterior al viaje.

10/12 – A las 5 de la mañana el tren se detiene en la estación que se encuentra a 5km de Bagan, por lo que tengo que subir a una camioneta, junto a otros viajeros para alcanzar esta histórica ciudad. Tras las correspondientes paradas para que bajen los viajeros, se detiene en el mercado de Nyaung U, pero es aún de noche y todo está cerrado, a excepción de una taberna donde muchos esperan, mientras desayunan churros locales, para comenzar el mercadeo. Varias vueltas buscando hostal, y evitando a los rickshaw, que me persiguen para que me quede en los hoteles que a ellos les interesan, pues no me convencen. Así pues, lo que busco, me cuesta mucho esfuerzo porque éstos me indican varios lugares equivocados para que no de con él, hasta que localizo, gracias a los vecinos que voy preguntado, uno que tiene buena pinta, cerca del mercado, a un buen precio, y que ya, sobre la marcha, me cobra el ticket de entrada a la ciudad antigua (10$) para una estancia con visita ilimitada. Apenas he descansado pues en el tren dormí muy mal. Aún así, me lanzo a la calle en busca de alguien con moto para que me lleve hacia el Bagan antiguo donde se encuentra toda la zona arqueológica.
Se trata de uno de los recintos más importantes de todo el Sudeste Asiático, que durante los siglos XI y XIII, y se componía de más de 5.000 edificaciones, quedando actualmente en pie cerca del millar. Se conservan aún porque fueron construidos con ladrillos, pero falta el enlucido de yeso, las pinturas, o los panes de oro que cubrían muchos de ellos, destacando según el estilo y antigüedad. La abundancia de templos es tan grande que resulta imposible verlos todos, aún dedicando varios días para su visita, por lo que había decidido en un principio hacerlo a motor para una rápida y mejor localización. Pero resulta que nadie tiene moto para la movida, y otra posibilidad sería hacerlo en carruaje tradicional de caballo. No está mal la manera, pero es algo incómodo ya que se viaja recostado en un colchón toda la ruta, eso sí, como un rey entre terciopelos, en el habitáculo trasero. Por 7.000K conseguí uno que me llevaría durante todo el día por los templos más importantes.
El recorrido, de más de 5km, se realiza entre dos carreteras paralelas y multitud de polvorientos caminos que llegan hasta las puertas de los templos. Algunos edificios sólo se pueden ver por fuera, mientras que a otros hay entrar para observar su estructura, sus pinturas o bajorrelieves, o acceder a la parte alta para admirar las vistas de todo el conjunto del valle o las deslumbrantes puestas de sol. Por un lado están los Chedis o estupas, monumentos budistas, macizos, con reliquias como un cabello, un hueso, un diente algún objeto o vestido de Buda. Cuatro entradas conducen a otras tantas imágenes colocadas en un cubo central; los Pathos o templos, huecos, que acogen estatuas de Buda de diferentes tamaños, color y decoración y se dedican al culto, aunque algunos llegan a ser ramplones; los Pithakas Taik, o bibliotecas, que albergan textos sagrados; y los Kyaung o monasterios. También se puede encontrar edificios pentagonales, los más antiguos del mundo con esta característica. Es tan sencillo llegar a ellos que, en bicicleta y en una relajada semana, se podría disfrutar perfectamente desde amanecidas, puestas de sol, caminatas, charlas con los locales o turistas…
En varios días recorrí una gran parte de ellos, entrando en decenas de templos, y encontrando estatuas doradas de buda de hasta 10m de altura, pinturas murales con setecientos años de antigüedad que cuentan los misterios del mundo, Budas reclinados que sonríen porque entran en el nirvana, figuras de Nats, espíritus cuyo culto es más antiguo que el propio Buda, o algunos vendedores que se situaban en la entrada de los templos ofreciendo todo tipo de artículos. Para ver frescos, destaca el Ahlodaw-Pyae, el templo de Ananda, Gubyaukgyi en la aldea de Myinkaba o Sulamani Patho (el más bonito pero no tan antiguo). Para las tallas y estatuas, Sulamani Patho, las estructuras alrededor de la aldea de Minnanthu. Para las visiones panorámicas y puestas de sol, subida al Mingala Zedi, o el Shwesandaw Paya, y para estar relajado fuera de toda movida, pedalear los caminos entre los pequeños poblados alrededor de las estructuras menos visitadas.
Y muy cerca de donde me quedo está el Shwezigon Paya, construido como la capilla más importante en Bagan, un lugar para el rezo y manifestación del budismo Theravada, y contiene una de las cuatro réplicas del diente sagrado de Buda…(?).
Mi siguiente destino va a ser descansar en la playa y dejar de caminar tanto durante unos días. Y que mejor, que la zona suroeste del país, ya que es la de mas fácil acceso y no se pierde mucho tiempo en llegar.

Chaungtha, la playa
12/12 – A las 6 de la mañana llego a Yangoon, la capital, tras más de 15h de bus con sus incesantes paradas, comer, mear, comer, mear, comer…. Un cartelito escrito en birmano junto al chofer de la guagua recordaba lo inoportuno que es preguntar a que hora se llega a los destinos (pues es signo de mala suerte). Y llegamos a la estación del norte, pero desde allí no salen las guaguas hacia Pathein, mi próximo destino, sino desde la estación Hsimmalaik, al oeste, justamente al otro lado de la ciudad. Todos los tiburones (taxistas) querían llevarme, pero a "su precio", ya que decían entre risas que estaba lejísimos. Veo muchos dientes largos que me hacen desconfiar. Mientras desayuno echo mano de mapas y apuntes de viaje para conocer la situación en la que me encuentro, porque no contaba que desde aquí no partieran buses hacia mi destino. Lo mejor sería ir en busca de un taxi compartido con más paisanos para dividir gastos. Tras batallar un poco el precio con un taxista que llevaba a dos más y marchamos hacia el centro. Tras un largo recorrido y muchas vueltas entramos en una zona de talleres apartada, donde descendieron los pasajeros. Llegué por momentos a pensar que me podían “pegar negra”. Pero es así como funciona el riesgo de viajar solo. Llegamos tras cuarenta y cinco minutos de incertidumbre a la otra estación, y nada más pasar el control policial un muchacho ya estaba preguntando mi destino al taxista para buscarme la guagua a la que me iba a montar. ¿Comisión? La suerte hace que en 10min saliera una destino Pathein, (5h.) donde haría noche para, al día siguiente, igualmente coger otra dirección a una de las mejores playas birmanas.
La ciudad es pequeña donde destacan varios viejos edificios coloniales británicos, un vetusto mercado y la enorme Pagoda Shwemokhtaw. Varios restaurantes de comidas hindú, realmente exquisitas, y fue en uno de ellos donde conocí al nuevo propietario de los bungalow She Hin Tha, en la playa de Ngwe Saung junto a la de Chaung Tha, donde entablamos buena amistad y me propuso un buen precio si me quedaba varios días. Vaya suerte.
Al atardecer se monta en la avenida paralela al río un mercado nocturno de artículos chinos y tailandeses baratísimos, de casa, ropas, juguetes, pinturas, comidas…, o los famosos coloridos paraguas pintados a mano que han hecho tan famosa a esta ciudad. De fondo, la música de varios puestos que venden Cd’s donde cientos de personas pasean y hacen compras hasta bien entrada la noche. Hay un buen ambiente y la gente es muy amable.
A primera hora de la mañana un destartalado bus arranca hacia el poblado de Chaung Tha, en la bahía de Bengala. Y aquí entra de todo, desde cajas, sacos de arroz, maletas, y mogollón de pasajeros. Dio tiempo hasta de estropearse durante casi una hora a mitad de camino. A la llegada me esperaba el hombre para indicarme el lugar donde estaba el Resort.
En la zona norte de la playa Ngwe Saung, en un complejo, bien cuidado, con muchos bungalows de varios precios. Son habitaciones muy amplias con una cama doble y otra sencilla. La que me dan está adosada a otras seis, con un pórtico, una mesa y una silla. Perfecto para mi, por 7$ la noche. Están recuperándose del tsunami del pasado año que afectó considerablemente toda esta zona. Con marea vacía se queda una ancha playa de varios kilómetros donde los locales se echan los partiditos de fútbol, y con marea llena las vistas son preciosas. Apenas sopla el viento, y el sol colorea. Un paseo hacia el poblado, a varios kilómetros revela la destrucción paisajística que se efectúa con el consentimiento gubernamental. Esto está creciendo desenfrenadamente. Cantidad de nuevos edificios se están empezando a ejecutar. Restaurantes, tiendas… Mucho cemento para una zona tan apartada.
El pueblo tiene calles de arena junto a sus destartaladas casas de madera. Son pescadores o agricultores. Algunos hacen objetos de ratán (hojas de palma) y lo venden en el mercadillo que es muy activo entre las 6 y las 9 de la mañana donde cientos de paisanos de diferentes etnias vienen para vender o hacer las compras.
Los días han sido calurosos y han estado completamente despejados. El mar a buena temperatura. Hamaca, parasol, cervezas y al igual que en el sur de Camboya, varias pescadoras se acercan para vender marisco: 8 langostinos y 2 cangrejos que en varias horas los traen sancochados, o asados, con arroz blanco., por 2$.
De vuelta en bus a Pathein, a mitad de camino, nos encontramos una celebración hindú, donde el elefante Ganesh realizaba danzas en medio de la carretera y la gente del poblado observaba, algunos bailaban y otros daban dinero. Bajé a bailar y la gente reía, pues no esperaban a un extranjero por aquí, y menos participando. Apenas disfruté de la fiesta porque la guagua continuaba la marcha y no me apetecía quedarme botao por ahí.
La puesta de sol en uno de los restaurantes con terraza sobre en el río bebiendo cerveza Mandalay fue hipnotizadora. Y abajo, las escenas de la gente en movimiento en las pequeñas embarcaciones que lo cruzan, sublime.

Camino hacia la Roca Dorada
16/12 - Nuevamente en Yangon, desciendo del bus y tomo un taxi hacia la estación para coger otro con destino Bago, hacia el este. Allí me detendré para pasar un día y luego bajar al Monte Kyaiktiyo, donde se encuentra la sagrada piedra de color pan de oro.
En Bago, me hospedé en el motel Emperor, en la calle principal, que es súper-ruidosa. Quedo con un muchacho que tiene moto y se ha ofrecido a ser mi guía en esta ciudad. Visitamos varios templos importantes en la zona como el Shwethalyaung, con el Buda reclinado mas hermoso del país, de 55mt de largo y 16 de altura. Es Gautama entrando en nibbana (Nirvana), la Pagoda Kyaik Pun, el Monasterio de Kha Khat Wain Kyaung, y la Pagoda dorada Shwemawdaw, de 114mt de altura (puede que tenga cerca de los mil años de antigüedad), está rodeada de puestos de todo tipo de artículos, y comida para servir a todos los devotos que vienen en peregrinación.
Por la noche pasamos por varios lugares de fiestas locales, donde los tíos se gastan un montón en beber y en comprar artículos de regalos para las chicas que cantan. Otros se van de putiferio a varios lugares, camuflados, sin luz que los delate, entre barrios alejados del centro de la ciudad, pues la prostitución está prohibida.
Al día siguiente, nuevamente, bus hacia Kinpun, el pueblo en la base de la montaña de Kyaiktiyo, donde paran las guaguas y es buen lugar para quedarse a dormir. Varios moteles económicos y restaurantes cerca del mercado donde comer a buen precio junto a todos los paisanos que aquí llegan de peregrinación. La subida se puede hacer caminando por las veredas que llevan hasta la cima en casi 3 horas, pasando por varios poblados muy pobres. Los peregrinos lo hacen en camionetas cargadas hasta los topes. Los portadores con enormes canastas de mimbre llevan de todo. Algunos hasta personas a modo de taxi. La llegada por el camino es espectacular. Al fondo, sobre un precipicio una enorme piedra redonda con una pequeña estupa sobre ella casi cuelga en el vacío (dicen que un pelo de Buda hace de contrapeso para que no caiga). Unos escalones y se atraviesa la puerta de entrada donde hay que descalzarse. Cientos de peregrinos van acercándose al lugar. Una gran plaza los acoge entre varios templos, donde se ofrenda. Muchos están tirados por los suelos, comiendo, o charlando. Llevan varios días ahí. De fondo música budista y cánticos de monjes. Sólo los hombres pueden pegar las hojas de pan de oro sobre ella. Cuando cae la noche, la puesta de sol enrojece el entorno. Las mujeres cantan o rezan en un balcón preparado para ello.

Yangon, la Capital y el final del viaje
18/12 – Varias hora de destartalado bus y llego a Yangon, junto a dos ingleses, último punto del viaje. Un improvisado taxista nos quiere llevar al centro en su coche particular, y se busca el odio con el resto de los taxistas, pero al final tras varios empujones y gritos consigue zafarse y llevarnos. Aunque es una ciudad muy grande, caótica, ruidosa y sucia, también tiene su encanto. Muchísimos templos y mercados, tiendas, edificios coloniales, y cantidad de gente, sobre todo hindúes. Es muy sencillo moverse en esta ciudad.
Me quedo en un hotelito barato y bien situado, cerca del mercado Thengyi Zei. Aproveché el resto de la tarde para investigar por los alrededores de la Pagoda Sule, que se remonta más de 2.000 años, situada en la rotonda principal, que tiene una gran estupa dorada de casi 50m de altura y rodeada también por multitud de tienditas, puestos de comidas, bebidas, como la de caña dulce, o frutas. Es el centro comercial de la zona, y muy vibrante. Algo más allá, el templo Sri Kali (una de las consortes de Shiva) con sus tradicionales imágenes sobre el pórtico de entrada congrega a un buen grupo de hindúes que llevan ofrendas. Mientras, por el camino, también indagando los restaurantes y baretos indostaníes, aprovecho para tomar de postre un Lassi (bebida tradicional de la India hecha a base de yogurt, que se bebe frío, y puede ser dulce o salado; este último a veces está condimentado con comino y pimienta; o el que añade a su composición frutas como el plátano, el mango o la papaya), y las calles de los alrededores. Cada vez me gusta más esta ciudad...
Al día siguiente, un desayuno de dulces hindúes y pateo de todo un día hacia la Catedral de St. Mary, el mercado Mingala Zei, uno de los mas bulliciosos por lo barato que es, y desde allí en taxi hasta la poco conocida Pagoda Chaukhtatgyi, que tiene un enorme buda recostado, donde destaca las inscripciones en sus plantas de los pies. Luego, caminando hacia la Pagoda Shwedagon, que es el santuario más sagrado y venerado del país, y es realmente sublime. Situado sobre una elevación del terreno de casi 100mts, su estupa dorada en forma de campana se divisa desde cualquier punto de la ciudad. Pasear en su amplio interior donde se encuentran pequeñas estupas, templos, e infinidad de imágenes de Buda, observar a los visitantes tanto religiosos como laicos que vienen de cualquier parte del mundo y admirar la puesta de sol sobre la pagoda.
Shwedagon se ha convertido en el símbolo de Myanmar. A su entrada cantidad de tienditas venden todos los productos religiosos necesarios para un buen budista. Aquí pasé muchas horas observando el continuo movimiento de los feligreses y peregrinos ofrendando, rezando o circunvalándola (kora). De fondo música de cantos budistas.
Y la vuelta, casi oscureciendo, fue muy emotiva, ya que regresaba cargado de detalles que dejé para comprar al final del viaje, y esto indicaba que el mismo estaba a punto de concluir después de tres intensos meses. Tan solo quedaba volar hasta Bangkok, y desde allí enlazar al día siguiente, con el vuelo de vuelta a casa.