Cruzar el mar para entrar por el Sur de Camboya

7/10 – Tras un trayecto de tres horas y media en barco-bus con un mar muy tranquilo, se llega al pequeño muelle de Sihanoukville.
Fuera del pequeño recinto portuario, algunos taxis y guaguas esperan a los pasajeros. Camino con tres monedas diferentes en mis bolsillos, pues todas se utilizan: dólar, bath y riel. Un mototaxi me llevó (100B) hasta la rotonda donde un enorme león dorado se erige entre su mal cuidado entorno, punto central del pueblo donde varias oficinas de cambio, cibers, hoteles y algunos hostales se encuentran a su alrededor y muy cerca de sus mejores playas: Sokha, Serendipity y Occheuteal.
Me hospedé en unas casitas de madera dentro de un recinto vallado del resort Mohachai (4$), que estaba en reformas, a unos 100mt de la maravillosa playa Serendipity, de blanquísima arena, rodeado de palmeras, pinos de mar y hermosas plantas.
Aunque es un destino extremadamente popular los fines de semanas, aquellos días fueron de auténtica tranquilidad pues incluso había muy pocos turistas extranjeros.
Se hablaba que había muchos inversores dispuestos a hacer de este lugar un destino de masas. Espero que no ocurra en muchos años.
Varios días de playa, cervezas y mariscos, botao en hamaca, que me vino fenomenal para preparar la ruta a realizar por todo el país. Todas las mañanas se me acercaban varias pescadoras para venderme cangrejos, langostas o pescados, que por unos pocos dólares, y a la hora que les decía me lo traían ya cocinado con una bolsita de arroz blanco.
Varios restaurantes ofrecen bebidas y comidas a buen precio. El atardecer es relajadísimo sobre todo si se observa desde la hamaca.
Otro día los dedicaba a paseos en bici por las diferentes playas, y por la ciudad.
En los 60's los mochileros se quedaban en un pequeño barrio sobre un montículo, junto a la playa Victory , que es el mejor lugar para observar las puestas de sol, donde se instalaron los primeros hostales baratos y abundaban pequeñas tiendas de ropa hechas en Tailandia. Aquellos días estaban todas las calles levantadas, muy sucias, quizás dándole un nuevo retoque para un futuro muy próximo.
Muchos camboyanos se están buscando la vida con sus motos, y constantemente se ofrecen para los traslados a cualquier lugar. A veces resulta muy estresante tanta insistencia. Al poco tiempo me acostumbraría a ello, viéndolo como algo "muy típico" del país...

10/10 – La siguiente parada sería Phom Penh, la capital, donde más de un millón de personas viven en una ciudad tan sucia, estresante y pobre como interesante, cautivadora y rica en cultura, en la confluencia de los ríos Mekong, Tonlé Bassac y Tonlé Sap (que viene directamente del extraordinario y gigantesco lago del mismo nombre) y que sería mi próximo destino.
Cerca de la caótica estación de guaguas, junto a la gasolinera, se encuentran varios hotelitos baratos y el Mercado Central (Psar Thmei) el más grande, su arquitectura es una atracción por sí misma y es el lugar en el que se puede comprar casi de todo, "falsificados", incluido las guías de viaje de Lonely Planet a precios de risa, mochilas, joyas, relojes, flores…, y donde el regateo se hace feroz, ya que los precios, al principio, son demasiado altos. Hay otros mercados, poco más alejados, y también se hace imprescindible visitar: el Russian Marquet (Toul Tom Poung) algo más al sur, es el más interesante para los extranjeros gracias a su sección de recuerdos de buena calidad, o el Psar Olympic, que prácticamente venden lo mismo, pero mucho más barato, por lo que no se hace necesario regatear tanto.
Casi todos los que vienen a esta ciudad visitan el recinto del Palacio Real (3$, aunque la población local sólo paga 1.000R, abre todos los días de 7:30h a 11h y 14:30h a 17h, más 2$ por la cámara de foto, o de vídeo 5$, aunque se puede evitar escondiéndola bien), de estilo Khemer, donde vive el rey Norodom Sihanouk pero no se puede acceder a su interior. También está prohibido hacer fotos dentro de los templos. Es quizás el único atractivo real de Phnom Penh, y justo al lado se encuentra la Pagoda de Plata, situada junto al hermoso jardín de flores, largos murales que representan el Ramayana, pequeños templos, pero, sobre todo, guarda 5329 baldosas de plata de la colección más impresionante de Buda visto nunca (al menos por mí). Al salir de la Pagoda, una señal envía hacia el Jardín del Elefante. A las afueras de la puerta sur, hay una casa tradicional con instrumentos de tejido, dos edificios paralelos con todos los accesorios para una procesión de elefantes de colores y, finalmente, en la trasera, las estatuas de los elefantes); el Museo Nacional (2$), el escenario es atractivo en torno a un patio, algunas de sus esculturas son ciertamente bellas. En la parte N del Museo hay tiendas de piedras talladas y de arte. En cuanto a las pinturas las hay feas de verdad; el Monte Phnom (1$), de 27mt de altura, con su templo en la cima no vale realmente la pena el precio de la entrada, pero la zona está salpicada de edificios coloniales.
Y para quienes tienen buen estómago el Museo/campo de concentración Khemer, Tuol Sleng (3$) es probablemente el museo más deprimente del mundo. Este antiguo colegio se convirtió de hecho en 1975 por la locura de Pol Pot en la tristemente célebre Prisión de Seguridad 21 (S21). Se inicia la visita en las habitaciones de tortura donde las camas de metal y algunas fotografías son clara muestra del horror que tuvo lugar aquí. Se continúa con un edificio que muestra las fotos de esqueléticos reclusos: hombres, mujeres, niños o ancianos. Y se termina la visita con más fotos, descripciones de torturas horribles, instrumentos de tortura y, a continuación, un mapa de Camboya hecho con huesos reales junto con las estadísticas de la masacre: más de 3.300.000 personas muertas!)..
Tres o cuatro días me fueron suficientes para caminar por la ciudad, visitar los lugares más interesantes o conversar con los curiosos habitantes que encontré, sobre todo, al atardecer, paseando por la avenida del río, donde numerosos puesteros montan sus mesas para vender de todo. Uno me llamó especialmente la atención fue "el puesto de insectos para comer". Lástima, ya había cenado. Las gordísimas tarántulas negras típicas de Skuon, un pueblo cerca de la orilla derecha del lago Tonlé Sap, estaban ahí expuestas ya cocinadas, junto a los escorpiones y saltamontes. En mi itinerario estaba incluida una parada en ese pueblo precisamente para degustarlas “a gusto”: "horneadas normalmente en un agujero en la tierra, las patas son arrancadas, y como si se tratara de un cangrejo, se come su jugosa carne". Los más atrevidos se comen la blanducha bolsa estomacal…!! …las fritas se comen enteras. Ya he comido rata, perro, feto de pato en su huevo, escarabajos, gusanos, saltamontes, orugas, escorpiones y otros insectos, en otras ocasiones, estando en Filipinas, Tailandia o China. Tan sólo quedaba ampliar mi currículum culinario con esta otra "exquisitez".

13/10 - Por la mañana me esperaba la caótica pequeña estación de guaguas.
Tres horas y media de bus (188Kms) y llego al pueblo de Pursat a medio día, pero hace un calor tan fuerte que tengo que refugiarme en la habitación del hotel, situado a pocos metros de la autopista, hasta las 4 de la tarde que decido salir en busca de información de cómo poder llegar hasta Krakor, a orillas del lago, para desde allí y mediante una barca visitar el poblado de Kompong Luang, a pocos kilómetros según la cantidad de agua que haya recibido de las lluvias el lago Tonlé Sap. Hay algunas guaguas que llegan al poblado, también lo hacen los mototaxis.
A la mañana siguiente contacto con uno que me lleva al lugar, tras convenir el precio, 20.000r (5$). Mi desconocimiento del idioma camboyano y el suyo de inglés hizo un poco complicado llegar a entendernos.
Nada más salir de la autopista dirección Krakor, todo cambia. Las casitas de madera podrida y los cerdos pululando por los alrededores, la estrecha carretera de tierra llena de baches, los niños corriendo de un lado a otro, completamente sucios, los viejitos sentados en las puertas de las casas, el escaso tráfico, y la lluvia que comenzó a caer ligeramente hace del trayecto de casi hora y media mi primera toma de contacto, con la otra Camboya, la rural.
Al ir llegando van apareciendo las edificaciones, todas de madera, con grandes bidones-flotadores a los lados, con pequeñas barcazas bajo el piso, o con tarimas flotantes. La carretera comienza a ser engullida por el agua del lago según vamos avanzando, hasta que se pierde completamente. Ahí se detuvo la moto, y el tráfico. Viendo el entorno pensé que hice bien en contratar al motorista desde Pursat, porque el salir de aquí podría costarme mucho más de lo esperado, ya que estoy prácticamente a expensas de los moto-taxis, en caso de que no hubiese más guaguas este día. Llegamos al centro de Control de Visitas, con los pantalones remangados, donde hay que registrarse y pagar 2$ de tasa por la visita, y allí mismo contactar con el patrón de la embarcación que navegará donde se le indique, y el tiempo que quieres estar. Una vez instalado en la pequeña embarcación a motor, empieza el trayecto navegando sobre lo que en su momento era la carretera. Y es que cuando hay sequía la distancia podría llegar hasta los 7kms.
Avanzábamos, a veces, entre todo un enjambre de callejuelas. Por el lado oeste, en el poblado vietnamita, muchos tienen o una tienda de víveres, o de ropa, o un taller, o está haciendo algo, como pintar, barrer, arreglar… Al este, el camboyano, sucio, mucha basura flotando, casas caóticas, gente tumbada sin nada que hacer...
Todo el mundo se traslada en barcas de un lado a otro. Algunos se paran para coger algo en lo que parece ser una tiendita de víveres. Tiene sillas y una mesa. Ahí mismo se puede beber o comer algo mientras se observa lo que ocurre en este poblado flotante, o incluso pescar. Dispone de clínicas, escuelas, restaurantes, karaokes. Pero no hay lugar donde alojarse, a no ser que se conozca a alguien que pueda presentar alguna familia que esté interesada en hospedar viajeros y así poder pasar unos días con ellos. Seguro que en un futuro esto ocurrirá.
Aquí viven aproximadamente unas 10.000 personas, la mayoría vietnamitas, inmigrantes que huyeron en su momento de su país y se instalaron a orillas del lago. Y que luego, parte de ellos, fueron masacrados por los Khmeres Rojos, durante el periodo de Pol Pot.
En varias horas lo recorrí todo, y de vuelta, a medio día, de nuevo apareció la lluvia. Una ducha, y disparado hacia el lugar donde para la guagua que me va a dejar en Battabang.
Aunque es la segunda ciudad mas grande del país, todo cierra en el momento que oscurece. El centro neurálgico es el Mercado Psar Nat , pero los alrededores es aún más vibrante. Se conserva la arquitectura colonial francesa de la época en la residencia del gobernador, algunas tiendas, el museo, varios templos budistas, y algunas viviendas, y sus gentes, son las más amables del país.
Estuve varios días con diarreas, pero eso no me frenó para comer en los puestos de la calle dulces, pollo en parrilla o los caracoles más grande que jamás haya visto, que lo venden en carritos ambulantes.
Al atardecer se monta el dinner market junto al río Stung Sangker, donde cantidad de comerciantes exponen sus puestos ambulantes de deliciosas comidas junto a mesas y sillas para comer ahí o llevar. Lo más desagradable es la cantidad de indigentes que se aproxima a pedir. Es tanta que llegar a ser agobiante. Muy agobiante. También hay varios restaurantes con terraza hacia el río, donde se puede beber, comer o leer mientras cae la noche. Unos metros más allá se encuentra el pequeño muelle donde salen las embarcaciones hacia diversos lugares, entre ellos Siemp Reap, mi próximo destino.
Desde mi habitación, en el económico Hotel Monorom (4$), también tengo unas fantásticas vistas al rio, a la avenida y a la calle principal.

16/10 – A las 9 de la mañana, bajo un azuladísimo cielo, la barcaza rápida avanzaba por el río Sangker, haciendo diferentes paradas en muchos pequeños asentamiento a orillas del mismo, tanto para recoger como para dejar pasajeros. Mayores y niños, se dedicaban a pescar, no solo en la orilla, con pequeñas redes, sino también en embarcaciones, con caña.
Atravesamos varios manglares, donde el camino apenas se marcaba, y continuamente se introducía cantidad de ramas por las ventanas. Una vez en el centro del lago, se aprecia lo inmenso que es. Al otro lado, en la orilla oeste, Phnom Krom, un pequeño poblado flotante. Hemos navegado una de las rutas más escénicas del lago. Allí, un minibús esperaba recoger a los pasajeros para seguir la carretera que llega hasta Siem Reap, a 11km.
Todos los turistas vienen a esta parte de Camboya a visitar los templos de Angkor, una de las maravillas del mundo. Se necesita varios días para poder ver los alrededores, en bici o en moto, pero una semana es lo ideal, en mototaxi, que no es caro, si realmente se quiere visitar todo su entorno. Hay que sacar un pase con fotografía personal para 1 (20$), 3 (40$) ó 7 días (60$), en la oficina de información, a pocos kilómetros de la entrada del recinto.
Tras dejar las mochilas en el hostal y almorzar, ya por la tarde, un paseo por alrededores para una toma de contacto con el lugar. Es una tranquila ciudad bastante grande, llena de templos, con un barrio francés muy interesante, hostales económicos y carísimos hoteles, tienditas, algunos mercados interesantes como el Mercado Viejo, que estaba siendo restaurado y que es el mejor lugar para comprar recuerdos de Angkor a un buen precio. Varios centros de masajes se caracterizan por tener los mejores masajistas de Camboya, que son invidentes.
Ciertamente, es el lugar para el descanso, durante los relajantes atardeceres, sobretodo, después de estar todo el día recorriendo los monumentos pero es, hasta el momento, el más caro de los que he visitado. Algunos restaurantes y hoteles ofrecen actuaciones culturales al anochecer, con cena, y para muchos visitantes es la única oportunidad de ver bailes clásicos camboyanos. También hay algunas escandalosas calles llenas de Pubs y restaurantes con música, y su famosísima prostitución, de todas las edades.
Pero lo que me ha traído hasta aquí comienza a casi 5km, y tiene un perímetro de aproximadamente 50km, "las ruinas de varios templos khemeres del complejo de Angkor".
Desde muy temprano, y con una bici gratuita del mismo hostal donde me quedaba, comencé las diferentes rutas. Primeramente, sacando el pase de tres días.
Mientras iba avanzando por la carretera principal, dirección norte, rodeada de enormes y frondosos bayanos (ficus), numerosas tiendas para extranjeros exponen su mercancía. Hoteles y apartamentos se están construyendo cada vez mas cerca de Angkor.
El estanque (jayasindhu) que rodea las murallas (jayagiri) de Angkor Wat intercepta la carretera, por lo que hay que bordearla hasta su entrada principal en la cara oeste. Su orientación es muy diferente a la de la mayoría de los templos, donde se entran a través de las caras este. La orientación oeste en la mitología hindú representa la muerte, la caída del sol. Obra maestra espectacular, construida como un templo dedicado al dios Shiva, terminó siendo el mausoleo del rey Surayavarman II. Es el perfecto ejemplo de simetría, espiritualidad y devoción de los hombres a los dioses.
Continuando seguidamente dirección norte las vistas son impresionantes. Aparece la enorme muralla defensiva de la “Gran Ciudad”, Angkor Thom, de 8m de altura y 3km por cada lado, con cinco puertas de entrada, y donde se dice podrían haber habitado más de un millón de personas. Atravesando la prodigiosa puerta sur, la carretera continúa dirección norte casi un kilómetro y medio hasta alcanzar el Bayon, la segunda estructura más visitada de Angkor, después de Angkor Wat. Saliendo por la puerta norte, la carretera continúa hasta el templo Preah Khan, que sirvió tanto de monasterio como corazón de la antigua ciudad real Nagarajayacri. La carretera la bordea por su izquierda, pasando las piscinas Preah Neak Pean, el templo Ta Som, de estilo bayon, que no es tan importante como los otros pero al estar separado de la ruta turística lo hace realmente solitario, tranquilo e inundado de maravillosos cantos de aves y cigarras, el templo hindú Preah Rup, dedicado a Shiva, donde se puede subir a lo alto para obtener una excelentes vistas del Baray este y al suroeste el Angkor Wat, que puede ser distinguido en días claros. La carretera gira hacia el oeste, dirección Banteay Kdei, rodeada de cuatro murallas concéntricas, y cada una de las cuatro entradas decoradas con una Garuda, y al este una piscina de abluciones, el Sra Srang, y justo al otro lado de la carretera un conjunto de sepulturas de cientos de víctimas de los Kmeres rojos, marcada por una placa de madera. Un poco más allá, se encuentra las famosas ruinas del templo Ta Pronh, engullido por las enormes raíces de bayanos (ficus). Volviendo nuevamente a la carretera, hacia el sur se pasa por las torres de ladrillos Prasat Kravan, para llegar nuevamente hasta las murallas de Angkor Wat, final del recorrido.
Aunque hay infinidad de templos esparcidos por todo el entorno, (el grupo Roulos, los del Baray oeste o incluso el Prasat Preah Vihear), me parece ya suficientemente interesante los que he visitado, pues no soy tan culto en arquitectura como para seguir paso a paso la historia khemer camboyana.

22/10 – A medio día cogí el bus directo a Kompong Cham, llegando por la tarde, y sin tiempo para tomar una guagua local y visitar Skuon. Tendré que dejar las apetitosas arañas para otro momento, si me cuadra.
Allí hice noche, y me pasaron información sobre la provincia de Mondulkiri, muy cerca de la frontera vietnamita donde habitan entre verdísimas montañas, varios lagos y algunos hermosos saltos de agua varias minorías, entre ellas la etnia Pnom, y hay algunas muy pintorescas cascadas. Y ese fue mi siguiente destino.
El bus con dirección Kratie hace una parada de media hora en el mercado de Snuol, y desde allí diferentes rancheras trasladan a los pasajeros y mercancías en la parte trasera hacia todos los poblados.
Alice, una holandesa que también iba en mi misma dirección estaba esperando desde hace más de una hora su salida sentada en el cajón trasero del vehículo.
Tras varias horas bajo un fuerte "solajero", el conductor pone destino a Sen Monorom, no sin antes dar algunas vueltas alrededor del mercado buscando más que subir. En total somos 12 apiñados pasajeros e infinidad de cajas.
Tres horas de bacheada carretera de tierra, atravesando pequeños poblados, preciosos paisajes e incluso un Santuario salvaje donde el destrozo para la construcción de la misma es indignante, ya que los carriles son, innecesariamente, anchísimos. A mitad de camino paramos para auxiliar a una pareja que tenían problemas con su moto. Y como buenos vecinos, se les permitió la subida a la ranchera, moto incluida, para llevarlos hasta su pueblo, ya que nos cogía de camino.
Con una elevación de casi los 800mts, este apartado lugar posee una de las mejores temperaturas y flora del país, y casi 2 habitantes por km2.
Alrededor de Sen Monorom habitan cantidad de poblados de minorías que frecuentemente bajan al mercado para vender sus distintivas cestas de mimbre que ajustan a sus espaldas para el transporte cómodo de todo tipo de cosas, vender sus productos hortofrutícolas, comidas o textiles hechos a mano, y para comprar o intercambiar los mismos. Llegamos a última hora de la tarde, con la caída del sol.
En la parada de bus nos esperaba un grupo de aldeanos para enseñarnos “su hotel familiar”, pero Alice y yo decidimos caminar unos cientos de metros fuera del pueblo para quedarnos en un complejo de habitaciones, junto al hostal Long Vibol, ya que éste estaba lleno. Las lluvias han enfangado todo el terreno y ofrece un aspecto muy desolador. Éramos en ese momento los únicos extranjeros en el lugar. Nos quedamos en una pequeña habitación doble con baño por 5$. Los propietarios, una familia muy amable, nos informa de las rutas que se pueden realizar por los poblados de los alrededores y al día siguiente contactamos con dos muchachos del pueblo con motos para hacer un tour durante todo el día por 10$.
Visitamos la Cascada Monorom, a 3km, atravesando una espesa vegetación, pero apenas traía agua porque no ha llovido lo suficiente para verla en plena acción, y los poblados, Phulung y Putang, donde crían elefantes, que usan para transportar a los extranjeros en diferentes trecking, de uno a varios días de expedición. Y como viene siendo norma mía, los elefantes son solamente "para observarlos" y que sean ellos quienes disfruten libremente de su espacio.
Al atardecer, un grupo de 6 extranjeros llegaron al pueblo. Alice, conocía a dos de ellos porque ya coincidió en otro lugar de Camboya. Les indicamos el sitio donde nos hospedábamos, y allí nos reunimos todos esa noche para cenar y celebrarlo. Quedamos en que al siguiente día iríamos todos en ranchera a la gran cascada Bou Sraa, una de la más grande del país, a casi 3h por la peor carretera en la que se pueda circular.
Y casi no llegamos, entre los normes baches embarrados que apenas podíamos atravesar. Pasamos varias horas "duchándonos" bajo la enorme caída de agua y nadando en la piscina natural. Y de vuelta nuevamente la dichosa carretera, pero esta vez la lluvia, que cayó casi llegando al pueblo, ayudó a quitarnos la "polvajera" del camino.
Por la noche, celebramos mi cumpleaños, tras cenar, entre cervezas, jarras de licor de arroz fermentado y música en el restaurante del hostal.

25/10 - El siguiente destino iba a ser Stung Treng, pero antes quise hacer una parada en Kratie, para observar varias familias de delfines Irrawaddy, una especie en peligro de extinción, que habitan en el río Mekong. Me quedo en el hotel Star, junto al mercado, donde hago contactos para ir este mismo día. Dispone de una muy buena cocina, y las habitaciones no están mal del todo.
La población local se sorprende al ver algún extranjero caminar la ciudad y continuamente están ofreciendo sus motos para el transporte. Pero ésta es la única manera de disfrutar de los hermosos edificios Khemeres y compartir el tiempo con los amables vecinos.
Después de visitar el pequeño mercado, se puede hacer "un pateito" de unos 30m. pasando las más bellas casas de estilo khemer: caminar hacia el norte por la carretera entre el templo y la estación de taxi hasta la intersección, luego regresar a lo largo del río. También, seguir un poco más al norte y explorar un pequeño pueblo. De vuelta en la ciudad, caminar dirección sur durante 30m. hacia el Wat Ratakandal. Este nuevo templo de antigua estructura es muy encantador. Por supuesto, el camino está también salpicado de casas con encanto y alegres niños. Cuando se regresa a través de la carretera junto al río se pasa por el mejor lugar para la vista de la puesta del sol
Al final hablé con un mototaxi para que me llevara a Kampi, un poblado donde es más fácil de observar los delfines en su entorno natural.
El negocio está montado en la orilla del río donde varias embarcaciones a motor esperan llenarse con cuatro o seis turistas para zarpar hasta el centro del mismo y así poder verlos nadar en su entorno. El ticket de entrada al recinto mas embarcación cuesta 6$.
Estuvo lloviendo por intervalos y la oscuridad del día no permitía una buena observación, ni tan siquiera le pudo dar color a la cantidad de pequeños poblados que se asientan junto a la carretera por la que habíamos circulado. Algunas barcas merodean con más visitantes y eso puede molestar a los delfines, aunque seguramente ya están acostumbrados. No tuvimos mucha suerte, pues siempre asomaban sus lomos a distancia y cuando nos acercábamos lentamente salían otros más lejos.
Nuevamente en carretera el trayecto en bus hasta Stung Treng, es por una carretera llena de baches y basuras por todos los lados. Y fue una lástima, pero es la rutina diaria de un pueblo, el camboyano, muy mal educado para cuidar su entorno.
Me quedé en el hostal de Mr. T, muy conocido por ayudar en todo lo referente a cruzar la frontera con Laos por el río, y donde se puede cambiar las monedas, comprar y vender libros de segunda mano…, y por su buena comida, también.
Pero lo que me ha traído hasta aquí, ahora, era sólo hacer noche, para al día siguiente salir dirección Ban Lung, pueblo idóneo para explorar las atracciones naturales de su zona: cantidad de poblados, montañas, un lago en un cráter natural, y su mercado, donde las minorías étnicas vienen de muchos lugares para negociar con sus productos, haciéndolo uno de los más vivos centros de comercio de la provincia de Ratanakiri.
Recorrí 150km, en 5 horas, en la peor carretera del país. Los baches eran casi tan grandes como el tamaño del taxi en el que los cinco ocupantes íbamos enlatados. Rompimos amortiguador a mitad de camino, y pensé que allí mismo nos íbamos a quedar a pasar la noche, hasta que nos auxiliaran, al igual que varios camiones cargados de mercancías que venían de Vietnam y se encontraban casi hundidos en los barrizales, pero tras una hora de martillazos continuamos con él roto, sintiendo en nuestros huesos todos los golpes en cada bache que pisábamos.
Me hospedé en el viejo hotel Ratanak, un clásico de la época, y donde abunda la utilísima información dejada en el tablón de anuncios por los viajeros que han pasado por aquí, sobre las rutas que han realizado entre poblados. Las calles de tierra roja, pues apenas hay zonas asfaltadas, deja en el entorno un aire cargado de polvo. La lluvia, a veces, limpiaba algo el ambiente, pero no era suficiente pues el sol, cuando sale, volvía a secarlo todo.
El mercado es animadísimo, sobre todo por las mañanas muy temprano. Los que vienen de las afueras exponen sus mercancías en solares o terrenos empedrados habilitados, o no, para ello. Varios restaurantes hindúes cuya especialidad, expuesta en vitrinas de cristal, son los dulces, que junto con el chai (te con leche especiado), hacen de los mismos una exquisita parada para merendar. Y es que aquí habita una pequeña comunidad indostánica.
Alquilé una bicicleta para ir a pasar el día en el lago. Hay que pagar 1$ por entrar en Boeng Yeak Lom, un cráter circular que se cree haber formado hace mas de 7000.000 años, y bordeado por una exuberante jungla. Caminar a través del pequeño camino que lo circunda es una delicia. La tranquilidad, el sonido de las aves, de los peces saltando, hace del lugar un sitio mágico.
La leyenda dice que los nativos consideraban el lugar sagrado, donde misteriosas criaturas vivían en sus aguas. Unas tarimas de madera ayudan a entrar en el lago mediante escalones. A primera hora de la mañana el silencio es absoluto. Perfecto para disfrutar del sol y la lectura. Hay una casita de madera que hace de museo donde se muestra la historia del lugar y las distintas etnias que han habitado en la zona. Pero la tranquilidad se diluyó con la llegada de algunos muchachos por la tarde, quienes gritaban como ratas atrapadas. No paraban quieto, saltando como locos, corriendo enloquecidos o tirando piedras. No saben disfrutar del lugar ni del momento descanso, y esto es una norma general en todo el país. Incluso, el canto de los pájaros desapareció. Tuve que "huir" del lugar.
De vuelta un cartel de madera anunciaba que saliendo de la carretera se encontraba una sauna. Era una habitación de madera en la que se introducía por debajo, donde había un gran caldero con fuego, muchas ramas de eucalipto. Luego de varias duchas con agua fría, venía un relajante masaje.
Al día siguiente me esperaba una buena movidita de casi 100km. Un guía local contactó conmigo para ir en su moto, a través de terrosas y bacheadas carreteras, atravesando campos, plantaciones y algunos pequeños poblados. Y luego en embarcación rápida (aunque se puede cruzar en un pequeño ferry local unos kilómetros más arriba) hasta el poblado Voen Sai, una agradable pequeña comunidad de chinos, laotianos, Kreungs y los animitas Chunchiets, que se distribuyen a orillas del río Tonlé San.
La zona más al norte destaca por un interesantísimo viejo asentamiento chino que data de hace más de 200 años. Hay algunos cementerios Chunchiets esparcidos por los bosques de esta provincia, pero destaca el del poblado Kachon, algo más de una hora en barca de Voen Sai, que tiene un cementerio, Tompuon, en medio del bosque, algo alejado del poblado. A la llegada un grupito de niños esperaban en la orilla para conocerme. Correteaban a mi alrededor. Otros me tocaban las manos o los brazos. Algunos mayores se acercan a saludarme… yun rieb souá!
El jefe del poblado entró en la casa de los espíritus, lugar de rezos, ofrendas, bailes y exposición de figuras, y me pidió que entrara. Me explicó la historia del poblado y como se sustenta gracias a nuestras visitas. El guía hacía de traductor. La gente se amontonaba en las puertas de sus humildes chabolas de madera, mientras reían a carcajadas en el momento que pasaba delante de ellos. Tras visitar varias viviendas me dirigí a uno de los lugares más sagrado: el cementerio.
Grupos de familias son enterrados, unos frente a otros, y sobre la tumba, la talla en madera de sus figuras. Algunos son muy significativos, pues hacen alusión a su anterior puesto de trabajo, una discapacidad o algunas mujeres, su embarazo, en medio de pertenencias que usaron en vida. Destacaba, distinguidamente la figura del que fue el policía del pueblo, con sus gafas y una alegoría a la emisora portátil que usaba. Algunas de esas tumbas datan de cientos de años, y han sido abandonadas en la jungla. En muchas de ellas, los arbustos están creciendo en medio de las tumbas.
El día anterior había concluido una celebración, que duró varios días, del entierro de uno de ellos. Quedaba restos del cochino que habían matado como ofrenda a los espíritus, que también fue la gran comida en la que participó todo el poblado.
30/10 – Un tifón que venía del sur de Viet nam se aproximaba rápidamente al noreste de Camboya . La pasada noche había llovido mucho, por lo que apuré mi marcha por precaución para no quedar atrapado en el lugar como consecuencia de las posibles inundaciones en la carretera principal.
Otro taxi compartido, éste sorprendentemente nuevo, me trasladaba junto a un filipino y dos camboyanos nuevamente a Stung Treng, en 5 horas y media, aunque esta vez el trayecto se me hizo más rápido. Una necesaria parada en un restaurante local en mitad de la nada, a medio día, donde también se detienen a descansar otros transportistas, hace que el lugar, de repente, sea muy transitado.
Nuevamente me quedé en el hostal/restaurante de Mr T., frente al río, donde cambié las monedas que me habían quedado, intercambié algunos libros de viajes e información necesaria de cómo cruzar la frontera en lancha rápida.
La ciudad es pequeña, y no hay mucho que hacer. Se pueden visitar varias aldeas de minorías, la zona oeste del Parque Nacional de Virachey o los afluentes (Kong, San y Srepok) que al Mekong van a desembocar. El muelle es el principal punto de movimiento, tanto de gentes como de mercancías que se transporta entre Camboya, Laos, Tailandia o Vietnam.
A las 10 de la mañana del día siguiente, varias lanchas estaban varadas en el pequeño muelle del río. Todas van a diferentes lugares, y se caracterizan por tener un motor de vehículo que hace mover mediante un largo tubo, que se introduce en el agua, las hélices. El ruido es infernal (nunca hay que sentarse en los asientos traseros). La velocidad y el peligro, también. Cuesta 5$ el trayecto hasta los pasos fronterizos que están a ambos lados del río. Estaba yo sólo, sentado, a la espera de otros pasajeros. Parecía ser que nadie más viajaba a la misma hora que yo, y esta zona, tanto entrando desde Laos como saliendo por aquí, se caracteriza por los continuos timos a turistas.
Tras una hora de veloz travesía, y hermosísimos paisajes, llegué hasta Koh Chheuteal Thom, el lado camboyano, en la orilla izquierda. Hay que subir unas escaleras hechas con maderos hasta la caseta de control de inmigración. La habitación era pequeña e intimidante. Los oficiales se pasaban continuamente el pasaporte entre ellos, a veces mirando con cara de cínicos, esperando en mí “una respuesta económica”. Y la tuve que dar. Quizás podría haberme negado. Si todos lo hacemos se acaban esos “impuestos revolucionarios”, pero también me exponía a pasar varias horas de espera, y negociaciones. Y no creo que la embarcación que me iba a llevar al lado laotiano quisiera tomarse ese tiempo. Y ellos lo sabían... Me pidieron 5$, y les dí dos billetes de 2.000R (4$) que me quedaban.
Nuevamente en el río, sobre la tarima de embarque, y tras esperar casi media hora de pie para que desde la otra orilla me pudieran ver, una lancha rápida se acercó desde el lado laotiano para trasladarme a Dom Kralor. Pensé por momentos que nadie me iba a venir a recoger, y que me habían dejado botado en medio de la nada a expensas de los lancheros.
La embarcación paró en un muellito de madera, en la orilla derecha. Ahora sí, volvía a estar en medio de la nada……pero en Laos.